Hoy hace cuatro años me paré por primera vez frente a un grupo de alumnos, estaba segura de lo que iba a enseñar, o eso pensaba, pero aún así me temblaban las piernas, me sudaban las manos, durante la clase tomé cerca de tres litros de agua, me esforcé para que no se notara, pero estaba aterrorizada.
Dominar un tema, ser bueno haciendo, está muy lejos de ser capaz de explicarlo. Un gran poder conlleva una gran responsabilidad, y esas personas confian en ti.
Las razones por la que se me ocurrió enseñar fueron simples: compartir un poco de lo que sé y estar segura de que era muy mala para hablar frente a la gente, se volvió un reto personal. Aún hay situaciones que pueden ponerme nerviosa.
Acabé comprendiendo que mientras más das más recibes, que sobre todo aquellos que no están relacionados con algún tema, son de quienes más aprendes, con cada una de sus dudas, evaluando escenarios que no pasaban por tu cabeza, asimilando que hay procesos que para ti pueden ser simples y fundamentales, pero no lo son para todos. Sin contexto no hay continuidad.
No sé si soy buena o mala maestra, pero cada clase es
un intento por llegar a alguna parte, cada grupo es diferente, no se trata de mi, se trata de observar una sonrisa, una mirada certera que diga «entiendo de qué se trata.»
Para mi esa es la mayor satisfacción de enseñar, lograr transmitir. Y da gusto mirar atrás y evaluar si se ha evolucionado; Creo que aquel que no sienta pasión, que no esté dispuesto a reconsiderar sus conocimientos y aceptar sus fallos, que no se esfuerce por continuar aprendiendo antes de enseñar, no debería ser nunca educador.
No tengo fotos de todos mis alumnos, pero estos son algunos. Gracias padawans.
Bravo! Genia. Muy conmovedor. Estoy a unos cuantos pasos más atrás que los tuyos, pero creo comprender que se siente al enseñar y aprender. Saludos!!
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